Aunque pueda ser más sencillo atenerse al guion marcado por un libro de texto para dar un temario, al final puede acabar siendo menos productivo, pues los alumnos se limitaron a escuchar o tomar notas, sin “vivir” el contenido. Con unos alumnos en un rol pasivo también sale perdiendo la dinámica de la clase, que puede ser fácilmente acechada por el aburrimiento y, por ende, por la desmotivación.
Establecer diálogos y retar a los alumnos no sólo contribuye a motivar, ya que puede despertar el interés por la materia. Establecer retos es también una forma de mostrar confianza en las capacidades y habilidades de los alumnos.
Más allá de lo que se pueda motivar, el aprendizaje se ve favorecido con el diálogo en tanto que se crea un contexto de comunicación bidireccional, abierto a consultas, resolución de problemas, debate, etc. En este contexto, los errores se pueden señalar sin parecer penalizaciones, ya que pasan a ser algo natural y propio del proceso. Además, gracias a la retroalimentación, el profesor puede detectar debilidades y necesidades concretas a tratar.
Ver el aprendizaje y la formación como procesos colectivos hace que gane más importancia el progreso, sin mirar tanto hacia unos resultados traducidos en cualificaciones numéricas: la meta es ir avanzando con pasos sólidos. Por otra parte, el profesor también gana, aprendiendo sobre sus alumnos, sobre sus puntos de vista y manera de enfrentarse a los contenidos. A su vez, y no menos importante, es lo que puede ganar también en motivación.