Los libros: La Magia Cotidiana de todos los tiempos

Hemos llegado al siglo XXI, el hombre se ha convertido en generador de insospechados porvenires, en la escuela aprende las reglas básicas del lenguaje, cualquiera sea su idioma o país de origen, igual habrá de enfrentarse a un mundo supeditado por el poder de la palabra, ya en el pasado quedan las viejas concepciones sociológicas del control a través del color de la piel, del poder como instrumento del dinero, hoy las cosas parecen perfilar una nueva forma de dominio: la palabra.

Pero, paradójicamente, cada día los hombres pierden el control del uso de la palabra, sus limitaciones abarcan el tamaño de su nuevo analfabetismo. La palabra sigue allí, donde siempre ha estado; en las páginas de los libros. Y aunque hoy es más económico comprar un libro, y existen miles de bibliotecas que exhiben sus tesoros, la lectura, como manera de aproximarse al arte, ciencia o placer, tiende a ser sustituida por los mensajes de los medio de comunicación masiva, ellos marcan la pauta de lo que debe consumir nuestro intelecto.

En los tiempos actuales, caracterizados por el uso de la tecnología, se hace posible la edición simultánea de cientos de libros, miles y miles de ejemplares de diarios, infinitas publicaciones en Internet que parecen abrir ilimitadas posibilidades a los lectores de nuestra época; sin embargo, tal avalancha de medios de difusión sólo agrava la situación del lector, sumiéndolos en un gran dilema: ¿leer acaso no será una forma de perder el tan limitado tiempo de nuestra corta existencia?, o al contrario: ¿ayuda a vivir el leer en nuestra angustiosa y convulsionada vida?

“Vivimos entre alarmantes estadísticas sobre la decadencia de los libros y exhortaciones enfáticas a la lectura, destinada casi siempre a los más jóvenes. Hay que leer para abrirse al mundo, para hacernos más humanos, para aprender lo desconocido, para aumentar nuestro espíritu crítico, para no dejarnos entontecer por la televisión, para mejor distinguirnos de los chimpancés, que tanto se nos parecen.” (Pág. 45)

Este llamado corresponde a uno de nuestros filósofos contemporáneos, Fernando Savater, quien nos advierte el destino que habrá de caracterizar a esas nuevas generaciones que han dejado que sea el televisor y sus programas alienantes los que dicten la conducta del nuevo intelecto. Pero el mensaje de aliento también se deja sentir y nos invita a leer como fórmula para contrarrestar la mediocridad, para volver a nuestros niveles perdidos y sobre todo para humanizar el espíritu de los hombres, recuperar en pocas palabras su sentido de libertad.

La diferencia entre cultura y barbarie lo puede determinar una sociedad que se distinga por leer, gracias a la lectura, podemos escapar del envilecimiento a que nos someten ciertos parámetros de poder que usan los símbolos y la palabra como fuente de dominio, de allí que rescatar el hábito por la lectura en una sociedad como la nuestra habrá de marcar la diferencia.

Según Ramón Palomares, el problema del lenguaje esta relacionado con el empobrecimiento espiritual, empobrecimiento que es el reflejo de una época decadente como la nuestra, también influye el medio ambiente, nos pone su ejemplo de cómo se inició en la lectura de algunos clásicos a los 15 años, en un ambiente colonial (el de su pueblo Escuque), el poseer una biblioteca en casa y sobre todo disponer de tiempo para leer y a la motivación del padre. Como vemos elementos de los cuales carecen la mayoría de los jóvenes de nuestra época y especialmente los que viven en grandes ciudades desprovistas del sentido artístico cultural del hábito por la lectura.

Leer por supuesto implica comprometerse, en un ejercicio donde la variedad y el hábito puedan generar frutos cosechables, es asumir el acto de la lectura como un acto de vida, un acto donde la cotidianidad deja de ser tal para transformarse en miles de cotidianidades, donde el individuo cede terreno al colectivo y de allí se rescata otra vez el individuo; pero fortalecido en su esencia humana. Evitar el comportamiento de leer por leer y sustituirlo por un modo de vida posible ha de ser la consigna de los nuevos tiempos

Para muchos autores contemporáneos el acto de leer es sólo comparable con el ritual mágico que ofrecen las grandes corrientes religiosas de la humanidad. A decir de Fernando Savater: “Yo soy de los que creen que todo libro es, a su modo, mágico; aún más, considero que en el ya antiguo rito de la lectura siempre hay algo de conjuro y brujería...”. Creamos o no en estos argumentos, es necesario decir que cuando uno entra al maravilloso mundo de los libros, comienza a descubrir no sólo paisajes geográficos que nos reconciliarán con nuestro planeta, allí también encontramos formas de asumir nuestra cotidianidad que, en algunas ocasiones, le han tomado a sus autores toda una vida cronológica y que ponen a nuestro servicio en cuestión de minutos de lectura. ¿Acaso no existe mayor riqueza saberse transformado en formas de ser, pensar y actuar, después de una lectura apasionada? ¿Acaso no es esto un maravilloso acto de magia inexplicable a los argumentos de la ciencia?

Tanto el lector experto, como el aficionado, buscan en los libros el descubrimiento de sentimientos afines con el autor que leen, esto ya lo decía Montaigne en su época:

“También leo de buen grado las Epístolas (ad atticum), no sólo porque contengan una muy amplia información sobre la historia y los asuntos de la época, sino mucho más para descubrir sus sentimientos privados. Pues tengo singular curiosidad, como ya he dicho en otra parte, por conocer el alma y las ideas innatas de mis autores”. (Pág. 105)

Conocer el alma y las ideas de quienes escriben mis libros es profundizar en la esencia de nuestro existir, significa encontrar un verdadero sentido a nuestro carácter humano, es lograr superar la condición de bestia y reencontrarnos con el motivo que ha movido durante tantos años a cientos de seres humanos tras la búsqueda de su esencia: su reconciliación con la vida. ¿No es acaso ésta la magia cotidiana que todos buscamos cuando tomamos en nuestras manos un libro?

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